Cuando los españoles invadieron la región de los Andes para establecerse y colonizarla, encontraron una rica tradición de ceremonias públicas y privadas que, en su mayoría, incluían una variada representación de música y danza. Entre estas formas, el taqui—un tipo de canción/danza—fue el que más llamó la atención de los cronistas y la administración tanto civil como de la iglesia porque los taquis formaban parte de ceremonias públicas importantes celebradas en honor a fuerzas superiores (como las montañas), los ancestros, o la elite y demás autoridades incaicas. La peregrinación a los santuarios fue otra práctica muy arraigada en la región andina. La postura de la iglesia frente a estas prácticas ubicuas variaba durante el período colonial según la orden religiosa encargada de la evangelización y la situación política. Sin embargo, la equivalencia con ciertas tradiciones devotas europeas que consideraban a la danza como una forma importante de rendir culto a Dios, aunada a la posibilidad de que estas formas podrían servir como medio para incorporar a la población indígena en los rituales católicos, facilitó la negociación entre las prácticas simbólicas locales y los marcos impuestos a los cuales deberían ser incorporadas.
Las formas de celebración pública más generalizadas en los Andes en la actualidad son las fiestas que duran varios días conocidos como fiestas patronales que rinden homenaje a una imagen católica designada como protectora de un pueblo determinado. Surgieron estructuras complejas a partir de la imposición de esta práctica católica a medida que se fueron entrelazando con los conflictos políticos y económicos en las poblaciones locales. En los primeros años del período colonial una institución introducida por los españoles cobró gran importancia en el contexto andino: la cofradía. Las cofradías se encargaban de financiar y organizar fiestas en honor a las imágenes católicas y de presentar danzas como parte de la fiesta. La cofradía es el antecedente histórico más evidente de las comparsas (grupos de danza) de hoy que son las principales instituciones encargadas de la organización de las fiestas andinas en nuestros tiempos.
El catolicismo español traído al continente americano (y promulgado por misioneros y laicos) fue de carácter heterodoxo. Elementos de la religión que floreció en la España del siglo XVI, así como el culto de los santos en capillas y santuarios locales, fueron recreados en América. En Europa las anécdotas y leyendas que recogían las vidas y milagros de los santos se recopilaron en libros de exempla, hagiografías y devocionarios (a menudo recontadas en cuentos de sermones) para convertirse en encapsulaciones impactantes y duraderas de mensajes morales teológicos y místicos. Para los pueblos andinos los santos no solo son los mártires y demás protagonistas de la historia cristiana canonizada por la Iglesia Católica, sino también distintas representaciones de Jesucristo y la Virgen María. Las encarnaciones físicas (iconos) de estos “santos”—es decir, cruces, pinturas y estatuas—traídas originalmente de Europa y luego producidas en América, han llegado a ser vinculadas con personajes e identidades locales.
Entre los diversos aspectos de la experiencia multifacética de las fiestas y las danzas que se organizan en los Andes, estas manifestaciones públicas representan oportunidades privilegiadas para sumergir a los participantes en una historia contada desde adentro. Son ocasiones cuando músicos, danzantes y demás intérpretes ofrecen narrativas (que se vuelven visibles, audibles y palpables) del pasado y el presente locales y regionales al tiempo que prevén un futuro. Durante estas fiestas los participantes comparten, aprenden y recuerdan muchos concepto-sentimientos.(1) medulares de sus identidades individuales, locales, regionales, nacionales y hasta trasnacionales. Es un tipo especialmente poderoso de acción social para los andinos debido a una forma de conocimiento y memoria predominante que ha existido en la región durante miles de años. En el meollo de esta forma de conocimiento y memoria reside la unidad del oído, la vista y el movimiento corporal que se siente (cinestesia).(2)
Una vez al año, durante el festival celebrado el 29 de junio en honor a San Pedro y San Pablo en la comunidad de Pomacanchi, Acomayo, Cuzco, donde se habla quechua, un ancestro arquetípico—Qanchi Machu—cobra vida. Muchos pomacanchinos con los cuales trabajé durante mi investigación de su participación en la peregrinación más importante de la región andina me contaron, con entusiasmo y orgullo, historias del Qanchi Machu, un personaje poderoso, rebelde y travieso al que llaman abuelo. En dichas historias, mientras el “abuelo” viajaba a través de varios períodos históricos, siempre se burlaba de sus adversarios. Si bien sólo aparece en persona durante el festival de San Pedro y San Pablo, su personaje se recrea mediante elementos presentes en las danzas que se consideran tradicionales de la comunidad: K’achampa y Qanchi. Estas danzas se presentan en diversas fiestas a lo largo del año; K’achampa fue la que los miembros de la comparsa decidieron encarnar las tres veces que fuimos juntos al santuario del Señor de la Nieve Resplandeciente (Señor de Qoyllor Rit’i) a casi 4.900 metros sobre el nivel del mar. Habían llevado la danza Qanchi al santuario en ocasiones anteriores y los intérpretes insistían en que en ambas danzas encarnaban su ancestro arquetípico prehispánico, el Qanchi Machu.
En el pueblo de San Jerónimo en Cuzco, como en tantos pueblos de la región, las danzas interpretadas con máscara y disfraz durante la fiesta patronal de San Jerónimo definen y redefinen categorías étnicas/raciales como mestizo e indígena. Las comparsas, mediante su vida institucional durante el año y sus representaciones durante el festival, definen y redefinen una serie de categorías como “decencia,” “lo autóctono,” “autenticidad” y “modernidad” que adaptan y desafían la dicotomía mestizo/indio que perpetúan las instituciones regionales y nacionales que promueven el “folklore.”(3) Las danzas presentadas en el pueblo de Paucartambo en honor a su patrona, la Virgen del Carmen, algunas de las cuales fueron fotografiadas por Pierre Verger, plantean categorías similares y han influenciado mucho lo que desde la década de los años 70 se considera “tradicional” en Cuzco.